La muerte de la izquierda,
¿vigencia de la derecha?
Primero fue un gran estertor. Después la incredulidad. Luego el asombro. El sismo político tuvo, a pesar de su profundidad geológica, un alcance devastador. Una racionalidad de lo político dio cuenta de ello, pero, quienes pretenden vivir de sus antiguos sueños, persisten obsesos e inclaudicables.
Primero fue un gran estertor. Después la incredulidad. Luego el asombro. El sismo político tuvo, a pesar de su profundidad geológica, un alcance devastador. Una racionalidad de lo político dio cuenta de ello, pero, quienes pretenden vivir de sus antiguos sueños, persisten obsesos e inclaudicables.
Aún sus estructuras continúan gimiendo al multiplicarse sus réplicas. La
izquierda partió el tronco de su árbol y secó sus raíces. Su copa canta dolida
al viento con un lánguido lamento. Una siniestra y porosa esperanza amenaza con
volver de arena y olvido ese reconcomio plañidero. Pero hay quienes creen que
sólo es una crisis cuya transitoriedad logrará sortear, pero no sin esfuerzo
intelectual. Mientras, otros observan como irreversible e inexorable su agónico
lecho de muerte. La percepción generalizada del alto mundo, del medio mundo,
del bajo mundo, los que saben, los que forman parte de su raído tejido como militantes
azorados, en los centros aúlicos, en lo coloquial de la vida, sufren el
ardoroso y actínico pesar. Todos lo advierten, pero esquivos no aceptan que el
óbito alcanzó a la moribunda izquierda. Ella ha muerto. Está muerta.
Los socialismos tratan de que los ejercicios de resucitación restauren la
vitalidad extinguida provocando al intelecto. En sentido contrario, la gran
mancha de aceite que se desplaza como una sombra, no es la de la derecha, es
variopinta, es una transición de abigarrados colores políticos. La mancha está
en la izquierda misma. Nació con ella. Es su estigma. ¿Dónde quedaron los
egregios partidos socialistas alemanes? ¿Qué fue del mayo francés? ¿Qué ha sido
de los grandes movimientos de las izquierdas europeas? ¿Qué ha sido de la respuesta
de la/s izquierda/s vernácula/s?
La interpelación acumulativa acucia desde ángulos otrora impensados.
Pero una de las más evocadas es aquella que inquiere saber de cuál izquierda se
menta. ¿La del socialismo realmente existido? ¿La del socialismo populista? ¿La
del socialismo democrático o de la social democracia? ¿La de los falansterios
prudhomnianos o la del materialismo histórico marxiano? ¿Cuál? Se buscan respuestas
como justificando debilidades, decepciones, culpas, más que razones de
fortalezas, de reparación.
Como en un gran holograma se ve una izquierda opaca e hipócrita. La que
declama en las tribunas con tono encendido, verborrágica y demagógica. La misma
izquierda indolente que ha tomado los lugares de la derecha que siempre
criticó, para regocijarse en ellos, para escanciar el caviar de las élites,
para olvidar a los desposeídos de la tierra. Esa izquierda ya no chapalea en el
barro del mundo periférico. Ya no se llama “Amargo Obrero”, ahora se llama
“Chandón””. La izquierda sufre de un escotoma intelectual porque se
ensoberbeció de intelectualidad, la de los círculos cerrados, la de los
cenáculos oligárquicos y académicos. Sí. Ahora ha cambiado de piel.
Mimetización política de lo políticamente incorrecto.
Yace bajo los escombros una izquierda que tomó la estatalidad por
asalto, que engulló su economía, que transformó a sus sociedades en una puesta
en escena orwelliana. Pero la “otra” izquierda, la izquierda Chandón, trata de
rehacerse comiendo en merenderos, vistiéndose “casual”, saboreando el veneno de
alcoholes etílicos rancios en nuevos envases, verdeando palabras de vieja
estirpe socialista con aires post y rehaciendo el alicaído panteón de sus
próceres. Ahora la izquierda política se viste con los atuendos laclausianos y
zizekianos. Toma la prosa de lo líquido, de la política líquida, de una izquierda
líquida, del “amor líquido”. El Podemos español quiere desterritorialisarze con
apetencias de expansión europea. Su esperanzador reclamo se respalda en un
enjambre grandilocuente y efectista de propuestas, pero su fuerza es local. Su
aplicabilidad también. Probablemente les interese apropiarse del Estado y su
economía, como antaño.
Por los barrios sudamericanos, ídolos en apariencia con pies de barro
han ido sucumbiendo como por efecto dominó. Acosados por la eterna corrupción
desde la matriz colonial, Ecuador, Brasil, Argentina giraron en sus políticas y
en sus políticos. Venezuela, entonces “la Venecia” petrolera del Cono Sur, en
su tozudez política parece retroceder y aislarse como la Cuba de los ‘50/’60.
Una izquierda arcaica y asesina se asienta con poderes dictatoriales. Pero, en
el mientras tanto, Bolivia rechaza a Morales en su apetencia de perdurabilidad.
Desde una nube postmorten Kirchner le espeta a Chávez: “¡Qué linda se ve la
revolución desde aquí arriba!” (?) Tan adeptos a tomar para sí el término
revolución, como los bolcheviques, la revolución, la tan meneada revolución de
la izquierda, sólo es un “sueño eterno”. La gran utopía se transformó en una
mueca hilarante. Es que su patrocinio lo llevaron adelante los supuestos
herederos de la socialdemocracia. Sus mismos detractores en su oportunidad, hoy
sienten nostalgias y quieren volver a ella. Un gran despropósito tardío,
extemporáneo. Una incrédula tardanza. Aúpan una falsa creencia de progresismo.
El deceso de la izquierda de cuño tradicional ha puesto de manifiesto a ese
otro tipo de izquierda metamorfoseada dentro de lo nacional popular. Pero, y he
aquí lo paradójico, algo parecido simula moldear a las derechas.
La izquierda coetánea y global, la que se inviste de reformas, porque
sus antiguos récipes sólo agravaron la enfermedad que vino a curar, ya no
proclama al mítico pueblo. Su insensibilidad no le permite ver ni sentir esos
antiguos fuertes lazos, porque esa izquierda, tiene ahora un tono secular,
descree de lo político y de la política, su sagrado acervo ahora también es
líquido. Una política sin respaldo de lo político no creará más que condiciones
de mayor inermidad, inmovilidad, propiciando el avance del amañado capitalismo, en la transformación del neoliberalismo en un avasallante ultraliberalismo. Uno y
otro, capitalismo y ultraliberalismo, como licántropos salvajes corriendo en
las estepas y repartiéndose jugosos botines de reserva mundial. Esta será la
forma última del comunismo que se pretende resignificar. Tras los"ismos", la
totalización.
Pero la izquierda de las reformas ha observado que la izquierda
histórica barrió sus despojos bajo la alfombra. Esta izquierda, además de su cruzada
furibunda contra el liberalismo y el capitalismo cercenando la libertad de
millones, jamás logró llenar los sáculos del pueblo amado de bienestar y
equidad. La invocación de la bienaventuranza sólo estiró y perpetuó el fraude.
La derecha y la izquierda lo saben. La libertad y la equidad son entelequias
sin ningún beneficio real. Smith y Ricardo tuvieron visión de siglos. Para
ellos, el capitalismo sería imbatible si lograba un crecimiento sostenido. Hoy,
esa prognosis producida hace más de doscientos años, es el presente del futuro pergeñado.
Deshacerse del capitalismo definitivamente, dicho esto con un pesimismo
intelectual histórico y honesto, costará sangre, siendo el sudor y las lágrimas
un mero esfuerzo. ¿Hubo otro sistema económico que haya provocado semejante
acumulación de bienes? No. No obstante lo que queda es domeñar lo que se pueda
del capitalismo, dirigirlo como una nao y pertrecharse para lo que provoque. El
capitalismo aparenta, como la inteligencia artificial, tener vida propia, es
decir, autonomía y autarquía más allá de las voluntades humanas.
Es imposible explicar por qué la izquierda persiste en sus trece
obcecadamente, cuando el escarnio de su deriva provoca mayor rechazo. La
historia de la humanidad es clara y está demostrado que el mundo ideal es
quimérico, ficcional; es un solipsismo excelso. Invocar y evocar esa
idealización es, en suma, un cínico artificio. La izquierda persiste en creer
que será el maná nutriente y vivificante del renuevo al que el capitalismo se
rendirá doblegado. No cree en el capitalismo como lo que es, sino que lo piensa
como lo que debería ser. El capitalismo por bueno o malo que sea, como gran
fenómeno de época, es susceptible de ser gobernado. La izquierda y la derecha
han demostrado ser impotentes de observar el fenómeno como tal. Una por su
cerrazón, la otra por complacencia.
Todo lo dicho podría tener una conclusión. Pero como la izquierda y la
derecha se entrecruzan sin determinaciones ni precisiones, es dable ejercitar una inconclusión. Lo que si no se puede ignorar es que la muerte de la
izquierda que devino de una larga agonía, y hoy, cuando todo es reciclaje, la
izquierda no quiere reconocer su perdido horizonte de posibilidades, pero
pretende rehacerse desde los escombros, y con escombros. No alcanza a
comprender que toda construcción necesariamente debe hacerse con ladrillos nuevos.
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